Cuando alguien ve a un águila volar directamente hacia un temible frente de tormenta, puede pensar que la decisión del ave es errada, porque no huye del peligro. Sin embargo, la realidad que el águila aprecia desde la altura es muy distinta, porque sabe que lo mejor que puede hacer es no dejarse doblegar por las nubes amenazadoras.
Al contrario de lo que creen los hombres, el águila sabe que si se enfrenta, la corriente ascendente generada por el mismo viento la empujará hacia arriba y, tras soportar un centenar de metros el torbellino y la obscuridad, por fin saldrá al cielo despejado, verá el sol y habrá dejado la tormenta a sus pies.
Del mismo modo, cuando nos veamos atemorizados por un problema, en vez de huir temporalmente –en cuyo caso volveremos a ser amenazados por la tormenta-, podemos hacerle frente, desplegando nuestras alas, tomando conciencia de nuestra grandeza, de nuestro potencial y de todas nuestras capacidades reales.
Al contrario de lo que creen los hombres, el águila sabe que si se enfrenta, la corriente ascendente generada por el mismo viento la empujará hacia arriba y, tras soportar un centenar de metros el torbellino y la obscuridad, por fin saldrá al cielo despejado, verá el sol y habrá dejado la tormenta a sus pies.
Del mismo modo, cuando nos veamos atemorizados por un problema, en vez de huir temporalmente –en cuyo caso volveremos a ser amenazados por la tormenta-, podemos hacerle frente, desplegando nuestras alas, tomando conciencia de nuestra grandeza, de nuestro potencial y de todas nuestras capacidades reales.
Daniel Colombo