Coaching Ontológico Personal

Del latín conversari que significa vivir, dar vueltas, en compañía; conversāre que significa juntar versiones o Conversus que significa convertirse.
A través de la conversación damos forma a nuestro vivir, damos vuelta a la experiencia a través del uso de nuestro lenguaje, solos o en compañía vamos juntando nuestras versiones y nos convertimos en lo que decimos y convertimos nuestras palabras en nuestras realidades. Conversar para crecer.

miércoles, 25 de julio de 2012

En el anden de la vida...






Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.

Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente.

La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta.

La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. “-No podrá ser tan descarado”, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. ¡Gracias! – dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. De nada – contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.

Entonces el tren anunció su partida…

La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el anden y pensó: “¡Que insolente, que mal educado, que ser de nuestro mundo!”. Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto.

Cuantas veces nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones. Cuántas veces la desconfianza, ya instalada en nosotros, hace que juzguemos, injustamente, a personas y situaciones, y sin tener aun por qué, las encasillamos en ideas preconcebidas, muchas veces tan alejadas de la realidad que se presenta. Así, por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la desconfianza y la preocupación. Nos inquietamos por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.

Dice un viejo proverbio… Peleando, juzgando antes de tiempo y alterándose no se consigue jamás lo suficiente, pero siendo justo, cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad, se consigue más de lo que se espera.

Autor desconocido

En blanco y negro


En un vuelo entre Johanesburgo y Londres, una señora blanca de unos cincuenta años se sienta al lado de un señor negro. Llama a la azafata para quejarse:

- “¿Cuál es el problema señora?”, pregunta la azafata.

- “¿Pero no lo ve?”, responde la señora. “Me colocó al lado de un negro. No puedo quedarme al lado de estos inmundos. Déme otro asiento”.

- “Por favor, cálmese”, dice la azafata. “Casi todos los lugares de este vuelo están tomados. Voy a ver si hay algún lugar en clase ejecutiva o en primera”.

La azafata se apura y vuelve unos minutos después.

- “Señora", explica la azafata. “Como yo sospechaba, no hay ningún lugar vacío en clase económica. Conversé con el comandante y me confirmó que tampoco hay lugar en ejecutiva. Pero sí tenemos un lugar en primera clase”.

Antes que la señora pudiese responder algo, la azafata continuó.

- “Es totalmente inusitado que la compañía conceda un asiento de primera clase a alguien que está en económica, pero dadas las circunstancias, el comandante consideró que sería escandaloso que alguien sea obligado a sentarse al lado de una persona tan execrable...”.

Y, diciendo eso, la azafata mira al señor negro y dice:

-“Si el señor me hiciera el favor de tomar sus pertenencias, el asiento de primera clase ya está preparado”.

El Loco

 Gibrán Khalil Gibrán

En el jardín de un hospicio conocí a un joven de rostro pálido y hermoso, allí internado.

 Y sentándome junto a él sobre el banco, le pregunté:

 - “¿Por qué estás aquí?”

 Me miró asombrado y respondió:

 - “Es una pregunta inadecuada; sin embargo, contestaré.  Mi padre quiso hacer de mí una reproducción de sí mismo; también mi tío. Mi madre deseaba que fuera la imagen de su ilustre padre. Mi hermana mostraba a su esposo navegante como el ejemplo perfecto a seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y mis profesores, como el doctor de filosofía, el de música y el de lógica, ellos también fueron terminantes, y cada uno quiso que fuera el reflejo de sus propios rostros en un espejo. Por eso vine a este lugar. Lo encontré más sano. Al menos puedo ser yo mismo.”

Enseguida se volvió hacia mí y dijo:

- “Pero dime, ¿te condujeron a este lugar la educación y el buen consejo?”

- “No, soy un visitante”, respondí.

- “¡Oh”, añadió él, “tú eres uno de los que vive en el hospicio del otro lado de la pared!”

lunes, 23 de julio de 2012

El andar de la vida



Nadie camina por la vida,
sin haber pisado en falso muchas veces.


Nadie llega a la otra orilla,
sin haber ido haciendo puentes para pasar.


Nadie deja el alma lustrosa,
sin el pulimento diario de la vida.

Nadie puede juzgar,
sin conocer primero su propia debilidad.

Nadie consigue su ideal,
sin haber pensado muchas veces
que perseguía un imposible.

Nadie deja de llegar,
 cuando se tiene la certeza de un don,
el crecimiento de su voluntad,
la abundancia de la vida,
el poder para realizarse
y el impulso de si mismo.
Anónimo

jueves, 19 de julio de 2012

Confiar en Dios


Dicen que el creyente se asemeja a un trapecista de circo. El trapecista se suelta del trapecio, con triple mortal, confiando en las manos firmes de su compañero que lo atraparán y no permitirán que caiga al suelo. De igual forma el cristiano necesita arriesgar su vida en determinados momentos, apostándolo todo a la promesa de salvación.

Esta confianza en Dios, base de la conversión del corazón, requiere que auténticamente estemos dispuestos a soltarnos en Él.

Al igual que el trapecista, al soltarnos de nuestras ataduras, debemos esperar con manos firmes y sin vacilación, esto es, con fe, que Él no permitirá nuestra caida.

Sin embargo, a diferencia de aquel, esta espera puede ser larga y particularmente difícil para nuestra alma. Es fácil enredarse en complicaciones, dudas y luchas interiores.

En estos duros momentos de espera, no podemos seguir sino andando con sosiego un paso tras otro, alegrándonos con el sol que sale hoy, marchando con un corazón amplio, por el camino que hoy es el nuestro.

Lo demás, lo de ayer y lo de mañana, no debe inquietarnos. Debemos fiarnos de Dios y seguir dejándonos caer en sus brazos.

Caminar, esperar y dejar que los pajarillos sigan cantando. Un día será primavera en nuestra alma y se abrirán las rosas.

Confiar en Dios es ponernos en sus manos.

Reflexiones de Ghandi

Mahatma Gandhi

Señor, ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

Si me das fortuna, no me quites la razón.

Si me das éxito, no me quites la humildad.

Si me das humildad, no me quites la dignidad.

Ayúdame siempre a ver las otra cara de la medalla,
no me dejes inculpar de traición a los demás
 por no pensar igual que yo.

Enséñame a querer a la gente como a ti mismo
y a no juzgarme como a los demás.

No me dejes caer en el orgullo si triunfo,
ni en la desesperación si fracaso.

Más bien recuérdame que el fracaso es
la experiencia que precede al triunfo.

Enséñame que perdonar es lo más grande del fuerte
 y que la venganza es la señal del débil.

Si me quitas el éxito,
déjame fuerza para triunfar del fracaso.

Si yo faltara a la gente,
dame valor para disculparme
y si la gente faltara conmigo
dame valor para perdonar.

Señor, si yo me olvido de ti,
no te olvides de mí.





El Hombre de café



Había una vez un hombre que padecía de un miedo absurdo, temía perderse entre los demás.

Todo empezó una noche en una fiesta de disfraces, cuando él era muy joven. Alguien había sacado una foto en la que aparecían en hilera todos los invitados. Pero al verla, él no se había podido reconocer. El hombre había elegido un disfraz de pirata, con un parche en el ojo y un pañuelo en la cabeza, pero muchos habían ido disfrazados de un modo similar. Su maquillaje consistía en un fuerte rubor en las mejillas y un poco de tizne simulando un bigote, pero disfraces que incluyeran bigotes mofletes pintados había varios.

Él se había divertido mucho en la fiesta, pero en la foto todos parecían estar muy divertidos. Finalmente recordó que al momento de la foto él estaba del brazo de una rubia, entonces intentó ubicarla por esa referencia; pero fue inútil: más de la mitad de las mujeres eran rubias y no pocas se mostraban en la foto del brazo de piratas.

El hombre quedó muy impactado por esta vivencia y, a causa de ella, durante años no asistió a ninguna reunión por temor a perderse de nuevo. Pero un día se le ocurrió una solución: cualquiera que fuera el evento, a partir de entonces, él se vestiría siempre de café. Camisa café, pantalón café, saco café, calcetines y zapatos cafés. "Si alguien sacara una foto, siempre podré saber que el de café soy yo", se dijo.

Con el paso del tiempo, nuestro héroe tuvo cientos de oportunidades para confirmar su astucia: al toparse con los espejos de las grandes tiendas, viéndose reflejado junto a otros que caminaban por allí, se repetía tranquilizador: "Yo soy el hombre de café".

Durante el invierno que siguió, unos amigos le regalaron un pase para disfrutar de una tarde en una sala de baños de vapor. El hombre aceptó gustoso; nunca había estado en un sitio como ése y había escuchado de boca de sus amigos las ventajas de la tina escocesa, del baño finlandés y del sauna aromático. Llegó al lugar, le dieron dos toallas grandes y lo invitaron a entrar en un pequeño cuarto para desvestirse. 

El hombre se quitó el saco, el pantalón, el suéter, la camisa, los zapatos, los calcetines... y cuando estaba a punto de quitarse los calzoncillos, se miró al espejo y se paralizó. "Si me quito la última prenda, quedaré desnudo como los demás", pensó ¿Y si me pierdo? ¿Cómo podré identificarme si no cuento con esta referencia que tanto me ha servido?" Durante más de un cuarto de hora se quedó en el cuarto con su ropa interior puesta, dudando y pensando si debía irse... Y entonces se dio cuenta que, si bien no podía permanecer vestido, probablemente pudiera mantener alguna señal de identificación. Con mucho cuidado quitó una hebra del suéter que traía y se la ató al dedo gordo de su pie derecho. "Debo recordar esto por si me pierdo: el que tiene la hebra café en el dedo soy yo", se dijo.

Sereno ahora, se dedicó a disfrutar del vapor, los baños y un poco de natación, sin notar que entre idas y zambullidas la lana resbaló de su dedo y quedó flotando en el agua de la alberca. Otro hombre que nadaba cerca, al ver la hebra en el agua le comentó a su amigo: "Qué casualidad, éste es el color que siempre quiero describirle a mi esposa para que me teja una bufanda: me voy a llevar la hebra para que busque la lana del mismo color". Y tomando la hebra que flotaba en el agua, viendo que no tenía dónde guardarla, se le ocurrió atársela en el dedo gordo del pie derecho.

Mientras tanto, el protagonista de esta historia había terminado de probar todas las opciones y llegaba a su cuarto para vestirse. Entró confiado, pero al terminar de secarse, cuando se miró en el espejo, con horror advirtió que estaba totalmente desnudo y que no tenía la hebra en el pie. "Me perdí", se dijo temblando, y salió a recorrer el lugar en busca de la hebra café que lo identificaba. Pocos minutos después, observando detenidamente en el piso, se encontró con el pie del otro hombre que llevaba el trozo de lana café en su dedo. Tímidamente se acercó a él y le dijo: "Disculpe señor. Yo sé quien es usted,¿me podría decir quién soy yo?"

Reflexión.
Aunque no lleguemos al extremo depender de otros para que nos digan quiénes somos, estaremos cerca si renunciamos a nuestros ojos y nos vemos solamente a través de los ojos de los demás.
Depender significa literalmente entregarme voluntariamente a que otro me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía. La dependencia es para mí una instancia siempre oscura y enfermiza, una alternativa que, aunque quiera ser justificada con miles de argumentos, termina conduciendo irremediablemente a la imbecilidad.
Jorge Bucay
Hojas de Ruta
El camino de la Autodependencia.

La espada de Damócles

Erase una vez un rey llamado Dionisio I El Viejo, soberano de Siracusa. En ese tiempo la ciudad era griega y la más importante de la gran isla de Sicilia.

Vivía en un suntuoso palacio en donde las riquezas abundaban, en especial por las obras de arte, el lujo, la exquisita y fina cocina, las lindas mujeres y el refinamiento de los cortesanos.

Contaba, además, con criados y esclavos solícitos a sus mínimos requerimientos. Había mucha gente que lo envidiaba por el poder que ostentaba y por su incalculable fortuna.

Uno de ellos era Damocles, un cortesano que se dedicaba a la intriga, al ocio, y en especial a envidiar a su rey, uno de sus mejores amigos.

-¡Qué afortunado eres; cuentas con todo lo que un ser humano puede aspirar! Dudo que exista alguien más feliz que tú-, solía repetirle.

Dionisio, quien adolecía de muchos defectos, sí odiaba la envidia y estaba aburrido de oír día a día las aparentes adulaciones, que eran una expresión velada de resquemor.

-¿En verdad, Damocles, crees que soy más feliz que los demás?

Damocles, que pensaba que la felicidad consistía en el tener y en el poder, le respondió:

-Sí, en verdad creo que eres no sólo el más feliz de nosotros, sino el más feliz del mundo.

Si te gusta tanto esto, ¿por qué no cambiamos de lugar por un día?

-Sólo en sueños lo había pensado, mi rey. Sí, me encantaría disfrutar de tus placeres y riquezas aunque sea sólo por un día y al igual que tú, no tener ninguna preocupación .

-Está bien. Cambiemos; tú serás el rey y yo el cortesano; pero sólo por un día.

Así lo convinieron para el día siguiente. La corte y los criados quedaron de tratar a Damocles como si fuera el rey. Le colocaron la corona de oro y diamantes y le pusieron el manto real.

Damocles se hizo servir en la sala de banquetes, los mejores vinos y la más deliciosa comida. Al escuchar la música, dedicada a él, al sentirse halagado y admirado, no pudo menos que pensar que era el hombre más feliz del mundo.

-Esto si que es vida-, le dijo al rey, quien estaba sentado al otro extremo de la mesa. Estoy disfrutando como nunca.

Al beber el mejor de los vinos en una copa de oro, miró hacia lo alto. ¿Qué era lo que pendía de arriba, un objeto cuya punta casi le tocaba la cabeza? Sobre su cabeza pendía una afilada espada, atada al techo por un delgado hilo. El brillo de ésta casi le impedía ver.

Las manos le temblaban de tal manera, que derramó parte del contenido de su copa. Como pudo, hizo acallar la música y sólo con la mirada desdeñaba los ricos manjares que iban sirviéndole.

No se atrevía a huir, aunque era su único anhelo. Tenía pánico de mover hasta las cejas. El hilo era demasiado delgado; bastaba un pequeño vaivén para que se cortara y se enterrará en su cabeza.

-Amigo, ¿qué te pasa?- preguntó Dionisio. -Da la impresión que nada te interesa. Hiciste callar la música, derramaste la copa de vino y hasta has perdido el apetito.

¿Acaso no ves la espada pendiendo de un hilo sobre mí? -, preguntó Damocles.

-Sí, claro que la veo. Siempre pende sobre mi cabeza. La veo a cada instante. Siempre está el peligro de que caiga, no sólo por su propio peso, sino que el hilo sea cortado por alguien. Puede ser un asesor envidioso de mi poder que quiera asesinarme. También puede ser alguien que quiera derrocarme propagando mentiras en mi contra. Puede suceder que un reino vecino venga a atacarnos, me asesine para quitarme el trono y así extender su poderío. Asimismo, puedo equivocarme en alguna de mis decisiones y esto provoque mi caída.

-Mira Damocles-, continuó el rey, -si quieres ser monarca, tienes que estar dispuesto a aceptar estos riesgos que son parte del poder.

Damocles, muy asustado, apenas se atrevía a responder. Veía la espada y se atragantaba de miedo.

-Rey mío, ahora veo que estaba equivocado. Además de la riqueza, el poder y la fama, tienes mucho que hacer, mucho en que pensar. Por favor, ocupa tu lugar y déjame volver a casa. Ese es mi anhelo supremo.

Damocles, al salir del palacio, con el paso cada vez más firme, corriendo y hasta casi volando, lo único que deseaba era abrazar a su sencilla esposa y valorar su interioridad. Lo mismo pensaba hacer con su hijo.

Ahora sí les iba a inculcar con su propio testimonio de vida, que los valores no se sostienen en el poder ni en el tener.

Si pudieramos cambiar

Si pudieramos cambiar
la mentira por la verdad,

el recibir por el dar,

el odio por el perdón,

la duda por la fe,

la envidia por la aceptación,

la intolerancia por la paciencia,

la dureza por la flexibilidad,

el miedo por el coraje,

el desistir por el perseverar,

las palabras de más por la prudencia,

la soberbia por la humildad,

la burla por la piedad,

el conformarse por el progresar,

el ocio por el trabajo,

los sueños por su realización,

la ambición desmedida por el honor.


Si pudiéramos cambiar esto sentiríamos

más cerca que nunca

la presencia de Dios en nuestra vida.

Humildad



"Siempre me parece que encuentro razones que me hacen ver que es mayor virtud el disculparme; esto algunas veces es lícito, pero a mi me falta discreción o mejor dicho humildad para disculparme sólo cuando es conveniente. "


"Verdaderamente hace falta mucha humildad para verse condenar sin culpa y callar, y es gran imitación del Señor, que nos quitó todas las culpas... "

"El verdaderamente humilde ha de desear de verdad ser tenido en poco y perseguido y condenado sin culpa, aún en cosas graves. Porque si quiere imitar al Señor ¿en qué mejor puede imitarle que en esto? "

Santa Teresa de Jesús
del libro Camino de Perfección, cap. 15; 1-2,

El buen amigo y el mal amigo

Había el mal amigo y el buen amigo. Se habían hecho un mismo fiambre, como dos hermanos y se habían ido a la casa de un hacendado porque eran pobres.

Caminaron mucho y se comieron el fiambre del buen amigo. Siguieron caminando hasta que el buen amigo le dijo al mal amigo «comamos tu fiambre». Pero el mal amigo le contestó «róete esos huesos que están allá». Unas hormigas estaban dando vueltas alrededor de unos huesos. Para ayudarlas el buen amigo los rompió y se les dio de comer.

Otra vez se fueron, lejos. Se encontraron con unos cóndores que no lograban comer una vaca. Entonces el buen amigo cortó un pedazo de la vaca y se lo dejó. Los dos amigos llegaron a donde el hacendado.

El mal amigo se quedó en la casa mientras el buen amigo fue a pastar la mula. Como había cebada para trillar en el cerro, cuando llegó la noche, el mal amigo dijo al hacendado "el buen amigo habla mal de ti. En un día no más, yo puedo acabar de trillar todo te va a decir".

Entonces, cuando éste regresó, el hacendado le dijo «a ver, corre y acaba de trillar». El buen amigo se fue llorando preguntándose «¿cómo hacer? ¡Si las hormigas a las que di de comer pudiesen volverse gente!» y realmente las hormigas se convirtieron en personas y en un ratito acabaron la trilla. Algunas trillaban mientras otras llenaban los costales. Luego, el buen amigo regresó a la casa del hacendado diciéndole «ahí está, acabé señor».

Pero el mal amigo le volvió a mentir al hacendado «‘podría hacer un caballo de madera’ te va a decir». Entonces el hacendado le ordenó al buen amigo «a ver, hazlo».

Este se fue otra vez, llorando. El cóndor, al cual había alcanzado carne de vaca para que coma, se transformó en un señor para ayudarlo. Se acercó bajo la forma de un señor y le dijo «conmigo lo vamos a hacer» y lograron construir un caballo de madera para que pueda montar la hija del hacendado. Entonces regresó a la casa de éste para mostrarle el resultado y se volvió su yerno.

Botaron al mal amigo quien se quedó triste, y se fue llorando.

Escuchar


Tal vez esto te pasa a ti o alguien muy cerca de ti...


Fue una vez un muchacho, el primero en todo, mejor atleta, mejor estudiante, pero lo que nunca supo fue si era un buen hijo, un buen compañero o un buen amigo.


En un día de depresión el muchacho se dejo morir.


Cuando iba camino al cielo se encontró con un angel y este le preguntó:


"Por qué lo hicíste? Si sabias que te querían..."


El respondió:


"Hay veces que vale mas una sola palabra de consuelo que todo lo que se sienta... en tanto tiempo nunca escuché: estoy orgulloso de tí... gracias por ser mi amigo... ni siquiera un te quiero mucho..."

Al quedar pensativo el ángel, el muchacho añadió:



-"Y sabes que es lo mas que me duele?",


El ángel triste le preguntó: ¿qué?


"Que todavía espero oírlo algún día...".


Luego de esto el ángel abrazó al muchacho y le dice que no se preocupe por que se acerca a la única persona que siempre le dijo al oído que lo amaba pero el nunca lo escucho, pero lo espera con los brazos abiertos...



Las tres rejas



El joven discípulo de un filósofo sabio llegó a casa de este y le dijo:

—Maestro, un amigo suyo estuvo hablando mal de usted.

—¡Espera! —lo interrumpió el filósofo—.

¿Ya hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

—¿Las tres rejas? — Sí. La primera es la reja de la verdad.

 ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

—No; lo oí comentar a unos vecinos.

—Entonces al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad.
Esto que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?

—No, en realidad no. Al contrario...

— ¡Vaya! La última reja es la necesidad.

¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?

—A decir verdad, no.

—Entonces —dijo el sabio sonriendo—, si no es verdadero, ni bueno, ni necesario, sepultémoslo en el ovlido.

Depende de la forma


Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes.

Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.

¡Qué desgracia Mi Señor!, exclamó el Sabio, Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

¡Qué insolencia!, gritó el Sultán enfurecido, ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado.

Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.

Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro.

Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.

Recuerda bien amigo mío, respondió el segundo Sabio, que todo depende de la forma en el decir... uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.

A los "sultanes" en  "minúscula", les recomendamos escuchar, ya que ni ellos son sultanes, ni bestias los otros. Muchos se escuchan sólo a sí mismos y los demás son sólo, eso, "los demás", pañuelos de usar y tirar o tornillos. Así podrán ganar más dinero y ser más felices junto a los que les rodean.

Familiares y/o compañeros de trabajo. O ¿trabajadores, carne de cañón?

De ti depende.

Datos personales

Mi foto
Lindavista.Ciudad de México, Ciudad de México, Mexico
conversarescrecer@gmail.com